
Vol.5
Prefectura de Wakayama
sep 12–15, 2025 Viaje de Sauna a Osaka·Nara·Wakayama
「Kofukuyu」Visited
Estancia de 15 minutos. Ni siquiera completé un set…
📅14 de septiembre de 202518:00
Cuando leo «baño frío con agua subterránea», me invade de inmediato el impulso de ir ¡ahora mismo! Porque los baños fríos con agua subterránea sientan de maravilla. Al menos, así lo he sentido en todas mis experiencias hasta ahora.
La segunda noche de mi estancia en Wakayama decidí visitar «Kofukuyu», que tiene una pileta de agua subterránea en flujo continuo. Sobre las 16:00 hice el check-in en un hotel cerca de la salida este de la estación de Wakayama. Como me quedaba algo de tiempo, escribí unas entradas del blog en la habitación y, cuando terminé, ya eran las 18:00. Momento perfecto para la sauna. Entrar a la sauna, comer después y dormir profundamente hasta la mañana. Daba por sentado que me esperaba un rato de felicidad. Y, sin embargo, la felicidad no es algo que uno pueda crear por sí solo.
Salí del hotel, conduje un corto trayecto y aparqué en el estacionamiento reservado junto al local. Siendo diplomáticos, no eran coches precisamente «tranquilos». Un Alphard bajado al extremo, un Crown con las ruedas modificadas hacia dentro y varios kei cars golpeados y abollados: vehículos que la gente suele asociar con «barrios conflictivos». Me dio algo de miedo pensar que los dueños de esos coches estaban dentro bañándose, pero decidí probar igualmente a disfrutar del baño. Tras unos pasos, apareció «Kofukuyu».
Entré, guardé los zapatos en la taquilla y, al intentar comprar el ticket en la máquina expendedora, vi el cartel de fuera de servicio. Tocaba pagar directamente al bandai (la persona de recepción en los sentō). Abrí la puerta del baño de hombres y pagué al bandai la entrada y la toalla de alquiler. El ambiente de la gente en el vestuario tampoco podía calificarse precisamente de seguro. Digamos que tenían un aire rudo. Esa fue mi impresión. Allí también me desnudé a toda prisa y pasé a la zona de baños.
En ese mismo instante, quise volverme a casa.
Había varios hombres tatuados de pies a cabeza. Hablaban en voz alta, creando una atmósfera como si dominaran el lugar. Se me quitaron las ganas hasta de revisar la circulación del baño. Sin cruzar la mirada con nadie, fui al área de lavado y me aseé a regañadientes. A esas alturas, el baño frío de agua subterránea me daba igual. El miedo se imponía, y no era un entorno donde pudiera relajarme. Probé a sumergirme en la bañera caliente, pero seguía sin encontrar calma. ¿Y si iba a la sauna? Así no tendría que estar en su campo de visión. Con esa idea, me acerqué a la sauna. Al abrir la puerta y asomarme, vi cuatro personas apretujadas en una sauna para cuatro. En momentos así, hasta el timing juega en tu contra. Se me fueron todas las ganas de entrar.
Me dije que al menos probaría la pileta fría y me iría. Con el cuerpo apenas calentado, entré. Estaba muy tibia. El agua debía de estar por encima de 20 °C. Por mucho que sea agua subterránea en flujo, a esa temperatura no hay frescor posible. Pensé en quedarme un rato más, pero alguien salió de la sauna. A pesar de estar yo dentro, se lanzó a la pileta con una fuerza tremenda. Por favor… Salí enseguida. Fui directo al vestuario, me sequé y abandoné el sentō. Mi estancia se redujo a 15 minutos.
Para una buena experiencia de sauna, el tipo de clientela es muy importante. Cuando visité «Sauna Shikiji», considerada tierra santa del sauna, leí un libro dedicado al local («Sauna Shikiji», de Mikie Sasano). Contaba los episodios que condujeron al «Sauna Shikiji» actual. El establecimiento, que originalmente se llamaba «Healthy Sauna Takamatsu», pasó a nombrarse «Sauna Shikiji» cuando su actual dueño —antiguo cliente habitual— tomó las riendas. A la par, pusieron mucho empeño en renovar la clientela. A los clientes tatuados o de malas maneras les dijeron con valentía: «La entrada, déjenla. Pero por favor, no vuelvan». Así mejoraron el público y empezaron a llegar visitantes de todo el país. Los locales en los que se está a gusto tienen buena clientela. Probablemente es incuestionable. Lo sentí igual cuando visité Ogaki Sauna, en la prefectura de Gifu.
No discrimino a la gente tatuada. En el extranjero, forma parte de la cultura, y quizá un extranjero piense: «¿Dónde está el problema?». Pero en Japón es un poco distinto. Suele dar una impresión de «miedo». Un tatuaje pequeño no me molesta, pero cuando alguien está tatuado de arriba abajo, la probabilidad de vínculos con grupos antisociales es muy alta. Con miedo, es imposible liberar cuerpo y mente para relajarse.
Regresé al estacionamiento y subí al coche. No podía terminar así el día. Según la regla del pico-final, si el final de la jornada es malo, todo el día se recuerda como malo. Abrí Google Maps para ver si tenía algún local marcado cerca. Vi un super sentó llamado «Fukurou-no-Yu» a unos cinco minutos en coche. Lo recordaba de una revista sobre super sentō de Kansai. Allí debería poder relajarme y alcanzar el totonou. Así tomé mi siguiente decisión.
En toda mi vida, nunca había encadenado dos locales entre el primer y el segundo set. Pero esta vez no había alternativa. No podía terminar de este modo.
Continuará.
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